Epidemias en El Burgo de Osma
20 de abril de 2020
La pandemia de Covid-19 o coronavirus que estamos padeciendo en el año 2020 es, para todos los que vivimos en este tiempo, algo histórico, un fenómeno que nunca habíamos experimentado. Sin embargo, las epidemias -algunas devastadoras- han sido una constante en la historia de la humanidad. La gran novedad de esta pandemia de 2020 es que ha modificado de forma radical los hábitos de vida, hasta el punto de tener que soportar la total reclusión domiciliaria, situación que nunca antes se había dado, ni tan siquiera durante los momentos en los que los contagios eran mucho más mortíferos.
Antes de hacer el recorrido cronológico por las principales epidemias que han amenazado o afectado a El Burgo de Osma a lo largo de sus casi mil años de historia, me parece oportuno adelantar tres cuestiones previas de especial significación.
La primera es que El Burgo de Osma ha estado especialmente señalado, con su incidencia o con su libranza,por las enfermedades contagiosas, como demuestran dos hechos notorios: el fundador de nuestra villa, San Pedro de Osma, murió de peste en 1109; y el patronazgo de San Roque, santo protector contra la peste, se estableció en 1600 en un contexto de enfermedad contagiosa de la que nuestra villa se libró.
La segunda cuestión es la decisiva labor que la muralla, edificada durante el obispado de Pedro García de Montoya en el siglo XV, desempeñó para proteger a la población de epidemias. La protección contra las pestes y contagios diversos fue objeto de especial cuidado por parte de los regidores del Concejo. Cuando se detectaba peligro de infección se prohibía la entrada de extraños que se quedaban fuera de la muralla, junto a las puertas, y allí recibían las limosnas que desde dentro se ofrecían. Hasta fines del siglo XVIII, estaba terminantemente prohibido acoger o dar posada a persona alguna sin licencia expresa, so pena de doscientos azotes.
La tercera idea previa es la frecuencia con la que El Burgo recurrió a las rogativas, plegarias públicas elevadas a Dios -o a la Virgen y a los santos como intercesores- para conseguir el remedio de una grave necesidad. Estas muestras de religiosidad comunitaria pueden celebrarse en el interior de los templos o desarrollarse en las calles y plazas, siendo éstas las de mayor espectacularidad y participación ya que no se restringen a los espacios interiores de una catedral, iglesia o ermita, sino que salen a la calle, a los espacios por los que discurre la vida diaria de la gente. La mayor parte de las rogativas pidiendo la preservación o la liberación de la peste tuvieron como santos intercesores a San Roque y a San Pedro de Osma y, de forma excepcional, también a San Sebastián y la Virgen del Espino. De una rogativa a San Roque para librar de peste a la villa en 1599 nacieron el patronazgo y las consiguientes fiestas de San Roque a partir de 1600.
La primera gran epidemia que asoló Castilla tras la fundación de El Burgo de Osma causó la muerte de su propio fundador. San Pedro de Osma murió el 2 de agosto de 1109 en Palencia, cuando regresaba de Sahagún de los funerales del rey Alfonso VI, viaje en el que contrajo la peste, de la que murió en casa del obispo de Palencia, Pedro de Agén. Siguiendo su deseo, sus restos mortales fueron trasladados a su sede oxomense, donde fue enterrado.
La siguiente gran epidemia que debió de sufrir la villa fue la peste bubónica del siglo XIV, que asoló Occidente especialmente entre 1347 y 1353 y que, según cálculos prudentes, causó en Europa 25 millones de muertos, más de la tercera parte de la población del continente. En este contexto, Giovanni Boccaccio escribió el Decamerón, basado en los cuentos que para divertirse relataban diez jóvenes que escapaban de Florencia para refugiarse en el campo intentando evitar el contagio. En el prólogo, Boccaccio escribió: "¡Cuántos valerosos varones, bellas mujeres y jóvenes gallardos, que Galeno e Hipócrates hubieran juzgado sanísimos, desayunaron con sus familiares y por la noche ya estaban en el otro mundo cenando con sus antepasados!".
Nuevas oleadas de peste se hicieron presentes en España entre 1527 y 1530, en los años 1539 y 1540, en 1557 y en 1566, año en el que coincidió con una hambruna generalizada, de tal forma que Mateo Alemán, en su Guzmán de Alfarache, escribió: "Líbrete Dios de la enfermedad que baja de Castilla y del hambre que sube de Andalucía".
Los últimos años del siglo XVI fueron especialmente difíciles. En agosto de 1598, la peste volvió a aparecer en la comarca de El Burgo, "a donde por descuido de no haber guardado como se debía ha entrado dicho mal, y que si no se pone remedio en esta villa podría suceder de entrar", por lo que se acordó cerrar y vigilar las puertas de la muralla. En octubre de ese año seguía la amenaza ya que "había necesidad muy grande de que se guardase las puertas de esta villa, con mucho cuidado de que no entren por ella gentes ni mercadurías sin que se sepa son y vienen de parte segura donde no hay mal contagioso".
En abril de 1599, el Ayuntamiento encargó "nueve misas a honra de los gloriosos santos San Pedro Cuerpo Santo, Santo Domingo y San Roque que intercedan con nuestro Señor que libre de peste a esta villa; y luego otras nueve y luego otras nueve, sean por todas veintisiete". El 29 de abril, se celebró una procesión general con la reliquia de San Pedro de Osma a la ermita de San Roque de Osma como rogativa contra la peste. En julio, la amenaza continuaba y el Concejo encargó más misas de rogativa.
En la primavera y principios del verano de 1599, en El Burgo había un gran número de pobres que procedían de diferentes lugares: comían mal, dormían en el suelo, algunos estaban enfermos. Todo ello era un caldo de cultivo que favorecía la expansión de la peste, por lo que el Ayuntamiento prohibió su estancia en la población. Estos pobres se quedaron fuera de la muralla, junto a las puertas, y allí recibían las limosnas que desde dentro se ofrecían. Normalmente, el coste de estos socorros a los pobres era sufragado a partes iguales entre el obispo, el Ayuntamiento y el Cabildo. En estos meses se tomaron medidas de especial vigilancia en las puertas de la muralla impidiendo el paso intramuros a forasteros. Se temía, sobre todo, a quienes venían de Aranda, donde era "cosa notoria haber peste". El 16 de agosto, día de San Roque, debido a la "enfermedad que en estos reinos de Castilla hay de peste y mal contagioso", se celebró "una procesión muy solemne por el claustro con la imagen e insignia de San Roque, poniéndole por intercesor para que Nuestro Señor aplaque su ira y dé salud a estos reinos".
Estas rogativas evitaron, según el sentir de la población, que la villa sufriera la terrible presencia de la peste. Por ello, en Concejo abierto, celebrado el domingo 20 de febrero de 1600, los vecinos se comprometieron a celebrar "como fiestas de guardar los días de San Roque y San Sebastián en cada un año para siempre jamás, y que ningún vecino ni residente de la dicha villa trabajara en ningún género de oficio en ninguno de los dichos días de los dichos santos, sino que los guardarán como los días de domingo".
Por los mismos días de febrero de 1600, el Cabildo Catedral consideraba apropiado "edificar una ermita de la devoción de San Roque" como acción de gracias por "haber Nuestro Señor guardado a esta villa de la peste que en otros lugares ha habido". Llegado el día de San Roque de ese año de 1600, se hizo una procesión con la figura del santo desde la Catedral hasta la ermita de San Lucas, sita junto a la Universidad de Santa Catalina, acompañada "por todos los vecinos sin faltar nadie en reconocimiento de la merced que Dios ha hecho a esta villa en librarla de la peste y mal contagioso". El Ayuntamiento ordenó que todos los vecinos de esta villa fueran a la procesión y que ninguno faltara"so pena de cuatro reales y dos días de cárcel".
Junto a las oraciones, se tomaron medidas de prevención. El 15 de agosto, el Ayuntamiento dispuso que ningún mesonero ni particular acogiera personas procedentes de determinados lugares "so pena de 10.000 maravedíes y 4 años de destierro", que no se admitiera a nadie en el Hospital y que los boticarios no dieran "fuera de la jurisdicción medicinas ningunas de las que puedan ser necesarias para la enfermedad de peste y contagiosa". Estas medidas previsoras, de garantizar lo necesario para atender debidamente a la población en caso de epidemia contrastan radicalmente con la falta de previsión e inoperancia de algunas autoridades actuales.
En 1614, el peligro de contagio no venía de fuera, sino que el foco de infección estaba en un corral del arrabal "como van desde la plazuela y rastro a la ermita de la Vera Cruz y puerta nueva", en el que se represaban las aguas llovedizas y se echaban "muchas cabalgaduras muertas y otras inmundicias, de que podrá resultar mucho daño y enfermedad".
La gestión de la epidemia de 1615 motivó cierta tensión entre el Cabildo y el obispo Francisco de Sosa cuando éste hizo ver a aquél, en relación con la labor del Hospital de San Agustín, "la gran necesidad de poner remedio en los pobres que hay y dar orden que todos se animen a ayudar a esta necesidad, y que se recojan y no anden por las calles, porque comienza a haber muchos enfermos y aún a morir y se puede temer se vendrá a engendrar peste". El Cabildo recordó al obispo que la titularidad y patronazgo del Hospital era del propio Cabildo, por lo que el obispo no tenía potestad de decidir qué enfermos se debían acoger en sus instalaciones.
En ocasiones, la peste, aún estando lejana, también preocupó a los burgenses, como en 1630, cuando el Cabildo, atendiendo la solicitud del rey Felipe IV, acordó celebrar una novena, con dos procesiones y misas cantadas a partir del 8 de octubre como "rogativas y plegarias para que nuestro Señor se sirva de aplacar su ira en la peste que hay en los estados de Milán que ha venido por camino tan extraordinario y horrible".
En 1637, Felipe IV remitió una carta al Cabildo informando que había un foco de peste en Málaga y ordenando rogativas "suplicando a Nuestro Señor se sirva de librarnos de la calamidad que nos amenaza". En respuesta, el Cabildo celebró el miércoles 22 de julio "una procesión al Carmen de esta villa". Al tiempo, el Ayuntamiento dispuso el cierre y vigilancia habituales en las puertas de la muralla.
La peste se cernió de nuevo sobre El Burgo en 1652. Ante el peligro, el obispo Antonio Valdés instó al Cabildo a que "se hiciesen procesiones y rogativas". El Cabildo acordó "que dichas rogativas se hagan en tres días de esta forma: el primero, procesión y misa en el convento del Carmen; el segundo, procesión por el claustro diciéndose misa en Nuestra Señora del Espino, asistiendo a ella el coro entre la reja de Nuestra Señora del Rosario hasta la reja de Nuestra Señora del Espino que ocupe todo este tránsito, y la Justicia y Regimiento asista dentro de la capilla de Nuestra Señora del Rosario; y el tercer día, procesión por el claustro llevando la cabeza del patrón San Pedro haciéndose la misa en su capilla asistiendo el coro como el día de su fiesta". Los tres días de estas rogativas fueron jueves 29, viernes 30 y sábado 31 de agosto. Como era usual en tiempos de epidemia, también se tomaron medidas de vigilancia durante el día y de cierre durante la noche de las puertas de la muralla.
De nuevo en 1669 había "muchas y peligrosas enfermedades en esta villa" con una expansión tan preocupante que "cada día se aumentaban enfermando diferentes personas, todo señal de la ira de Dios por nuestros pecados". Por ello, se estimó "que el principal y único medio para aplacarla es el ocurrir a su Divina Misericordia", por lo que el Cabildo dispuso que el sábado 7 de septiembre, después de las horas canónicas, se llevaran "en procesión a la ermita de la Vera Cruz la cabeza de nuestro patrón San Pedro de Osma y al señor San Roque".
En 1676 la peste hacía estragos en Cartagena y como medida de prevención, en agosto, se tomó la determinación de cerrar todas las entradas, a excepción de "la del puente" y "la que va al Colegio" (la del Cubo) que estuvieron atentamente vigiladas. Asimismo, se pregonó en los arrabales recordando que ningún vecino pudiera acoger ni dar posada a persona alguna sin licencia de la Justicia so pena de doscientos azotes, advirtiendo que serían castigados con todo rigor. Atendiendo la voluntad del rey Carlos II, se celebró una procesión de rogativa el lunes 27 de julio "a la ermita de la Vera Cruz con la cabeza de nuestro patrón San Pedro y San Roque". A principios de septiembre, "como el contagio de la peste parecía había cesado" se volvieron a abrir las puertas de la muralla y, en acción de gracias, el viernes 11 se celebró una procesión por el claustro y una misa en el altar mayor de la Catedral.
En 1677, de nuevo Carlos II ordenó "hacer rogativas por el contagio de la peste de Murcia y Cartagena". En respuesta, el Cabildo organizó una procesión a la ermita de la Vera Cruz llevando la cabeza de San Pedro de Osma y la imagen de San Roque que se celebró el domingo 4 de julio. Pasado un mes, el monarca mandó nuevas rogativas para aplacar la peste de la plaza de Orán, circunstancia que estaban aprovechando los turcos para cercar este territorio español en el Norte de África. Por ello, el domingo 8 de agosto se hizo una procesión idéntica a la del último 4 de julio. El domingo 30 de octubre de 1678 por la tarde después de vísperas, se hizo otra procesión a la ermita de la Vera Cruz, pero esta vez en acción de gracias, entre otras cosas que tenían que ver con el buen suceso de la monarquía, por haber "cesado el contagio de la peste en Murcia y otras partes". En la procesión se fue cantando la letanía en la ida y el Te Deum laudamus en la vuelta a la Catedral.
En 1680, el rey Carlos II mandó hacer rogativas por el contagio de la peste que afligía a España, especialmente cebada en Andalucía. El sábado 3 de agosto, después de las horas de la mañana, se celebró una "procesión al convento del Carmen llevando en ella a Nuestro Patrón San Pedro". La peste no remitía y, otra vez, el rey encargó en 1681 que en toda España se hicieran "rogativas con demostraciones públicas por el contagio de la peste que ha tantos años que se padece en estos reinos". El domingo 17 de agosto se fue en procesión al convento del Carmen con la cabeza de San Pedro de Osma y la efigie de San Roque pidiendo "a nuestro Señor se sirva de aplacar su ira y librarnos de este contagio". No se conseguía aplacar el castigo divino y, una vez más, en el verano de 1682, Carlos II, ante la persistencia de la peste, mandó nuevas rogativas "para aplacar el enojo que manifiesta nuestro Señor". Y de nuevo se celebró una procesión al convento del Carmen el domingo 12 de julio.
En 1684, la gravedad y extensión de la enfermedad eran patentes. Incluso quedó la población desasistida y sin médico. En esta dramática situación, el Ayuntamiento logró que el médico Juan Bautista de la Torre dejara su trabajo en Sepúlveda para venir a El Burgo y atender "a la calamidad y asistencia de tantos enfermos como ha habido y hay en esta villa". Por abandonar Sepúlveda, el médico fue multado por el Concejo segoviano con 150 ducados, por lo que el Ayuntamiento burgense se hizo cargo de la mitad del coste de dicha multa, 825 reales. La situación crítica por "haber muchos enfermos y las enfermedades de peligro", hizo que el Ayuntamiento solicitara al Cabildo y éste concediera la celebración de "una novena a Nuestra Señora del Espino por salud". El miércoles 24 de mayo se celebró una procesión de rogativa "al Carmen con la cabeza de Nuestro Patrón y la imagen de San Roque". Transcurrido un mes, el Cabildo no accedió a la propuesta municipal de "sacar en procesión a la imagen de Nuestra Señora del Espino por no cesar las muchas enfermedades que hay en esta villa", sin embargo sí dispuso que se hiciera una novena en su capilla que comenzó el viernes 30 de junio, con una misa diaria y el canto de la Salve, por la tarde después de maitines, en el momento de ocultar la imagen por la cortina que todavía se conserva en su retablo.
También pidió el Ayuntamiento al Cabildo "que el Hospital se mudase a la casa y huerta de la fábrica y de Nuestra Señora del Espino, por estar más apartada". Recordemos que el Hospital estaba intramuros, en la actual calle Francisco Tello junto a la calle Mayor. No se accedió a la petición del traslado del Hospital "respecto de no haber comodidad ni disposición". Diez años después, el obispo Arévalo decidió edificar el nuevo Hospital, precisamente, en esa huerta.
La situación en esos meses de 1684 era tan dramática que, para intentar acallar los extendidos rumores de que El Burgo padecía una gran epidemia, el Cabildo dispuso en mayo que el viático se llevara en secreto a los contagiados para no generar más alarma en la población. Y es que ocultar la verdad, o incluso mentir a la población, so pretexto de no alarmar, no es algo que solo se dé en estos tiempos. Ni entonces ni ahora, la mentira puede ser esgrimida como excusa para no inquietar, cuando, en realidad, lo que se pretende mintiendo es ocultar la negligencia del mentiroso.
Tampoco se consideró oportuno sacar en procesión de rogativa a la Virgen del Espino "por algunos inconvenientes", probablemente porque se quería evitar la concentración de grandes masas que habitualmente acudían cuando salía en procesión tan venerada imagen.
La alarma por la epidemia fue tal que, el 14 de julio, el Cabildo recibió una carta del abad del monasterio de Santo Domingo de Silos excusando enviar un monje a venir a la Catedral a predicar en la fiesta de San Pedro de Osma, en virtud de la hermandad entre los monjes silenses y los canónigos oxomenses, debido a que El Burgo "padece actualmente una epidemia muy trabajosa de que dicen muere mucha gente", de tal forma que el Ayuntamiento de Santo Domingo de Silos advirtió a los monjes que si alguno de ellos venía a El Burgo no le dejaría regresar. A pesar de los antecedentes, el Cabildo quiso hacer ver a Silos que la situación no era de gravedad. Argumentó, primero "que el riesgo que tiene de no ser admitido el predicador que viniere puede tenerle el propio que trajo la carta". Continuaba la respuesta del Cabildo reconociendo que "aunque hay algunos enfermos, por la misericordia de Dios", no habían muerto en esta pandemia nada más que treinta y una personas en la localidad y que, entre los canónigos, "solo" habían fallecido de peste en los últimos días dos: el prior, Francisco Malo y Neila, y el canónigo de Sagrada Escritura. A pesar de lo que se consideraba baja incidencia de la epidemia, se achacaba la falsa noticia de la gravedad de la peste en El Burgo a "la voz que se puede haber esparcido entre cuatro pobres villanos de aquella villa sin tener noticia más que vaga ni estar enterados de las personas que han muerto", por lo que se creía "cosa muy ligera dar tanta fe y que obligue a pasar a alterar una costumbre tan antigua". La contrariedad por esta actitud de los monjes de Silos fue tal que el Cabildo acordó "que no sólo en este año por la epidemia que corre sino por todos los de en adelante para siempre jamás queda en cuidado el Cabildo de buscar sujeto que desempeñe los sermones de los días de nuestro Patrón San Pedro de Osma y segunda dominica de Adviento, relevándole de esta obligación, pues será raro el año que no haya una u otra causa que pueda obligar a excusarse de ella". Esta situación se recondujo al año siguiente, pues los monjes presentaron un memorial pidiendo disculpas y solicitando el mantenimiento de la hermandad, que hoy sigue vigente.
En 1694 el obispo Sebastián de Arévalo promovió la construcción de un nuevo Hospital extramuros de la villa, pues el lugar que ocupaba el que había construido Montoya en el siglo XV, en la calle de los Izquierdos (actual Francisco Tello, junto a la calle Mayor) era un foco de contagio para la población. En 1768, ante el nuevo Hospital de San Agustín se levantó la plaza Mayor.
En 1698, de nuevo la enfermedad contagiosa hizo acto de presencia en El Burgo causando muchas muertes. Por ello, se hizo una nueva procesión al Carmen con la cabeza de San Pedro de Osma y con la imagen de San Roque el domingo 9 de noviembre.
En noviembre de 1699 fue tal la mortandad que la cera escaseaba para los entierros y "por la muchas enfermedades", el Ayuntamiento encargó una misa de rogativa que el capellán de la villa celebró en la capilla de la Virgen del Espino el día 24 de septiembre.
En agosto de 1706, en plena Guerra de Sucesión, de nuevo la insalubridad se hizo presente en El Burgo de Osma. En la sesión del sábado 28 de agosto, el Ayuntamiento, en vista de las "muchas enfermedades que ha habido y al presente hay en esta dicha villa" decidió pedir al Cabildo que "se sacase en rogativa al Señor San Pedro de Osma, nuestro patrono, para que intercediese con su Divina Majestad aplacase dicha enfermedades" y que se dijera "una misa de rogativa a Nuestra Señora del Espino", comprometiendo la asistencia de todos los vecinos de la villa. Al día siguiente, el Cabildo acordó oficiar dos misas rezadas, una el lunes 30 y otra el martes 31 de agosto, "la una en el Santo Cristo y la otra en Nuestra Señora del Espino", dilatando determinar sobre la procesión con la reliquia de San Pedro de Osma para una posterior ocasión. El 13 de septiembre, "los clamores sobre que se hiciese alguna rogativa sobre la salud" crecían y el Cabildo, de nuevo pospuso decidir sobre la procesión, pero sí dispuso decir "cinco misas pidiendo a Dios por la salud del pueblo, martes (día 14 de septiembre) y viernes (día 17) en el Santo Cristo (del Milagro), miércoles (día 15) y sábado (día 18) en Nuestra Señora del Espino y el jueves (día 16) en San Pedro". A ello se añadió que el mismo martes día 14 de septiembre, en este contexto de rogativa por la salud, se compusiera "el altar del Santo Cristo como el día de su fiesta respecto de ser día de la Cruz". El día 19 de septiembre hubo procesión al Carmen con la cabeza de San Pedro y la imagen de San Roque "por la salud del pueblo respecto de las enfermedades que hay tan continuas".
El número de contagiados fue tal que las amplias dependencias del nuevo Hospital de San Agustín estaban a rebosar y "no había bastantes asistentes para los muchos enfermos", hasta el punto de que el cura y el teniente de cura transmitieron al Cabildo "el mucho trabajo que tienen de ir a administrar los sacramentos al Hospital por los muchos enfermos que hay".
En medio de esa situación de epidemia y de mortandad, el Ayuntamiento hacía dejación de funciones y no actuaba con la debida diligencia. En un acuerdo insólito, del 8 de septiembre de ese año 1706, el Cabildo Catedral trasladó al alcalde la necesidad de que, entre otras cosas, ordenara "limpiar las calles siempre que sea necesario, que por el arroyo no se eche más agua que la que pueda correr sin derramarse, que por un mes no se vacíe en el arroyo ni calles inmundicias ni sangre de enfermos", todo ello porque la epidemia se había originado o, al menos, "continuado tanto tiempo por la poca limpieza que ha habido en las calles". Tan lamentable debía de ser la suciedad de las calles que el Cabildo amenazó al alcalde con dar cuenta de su negligencia "al Sr. presidente de Castilla o a donde convenga".
Los efectos de esta epidemia de 1706 se prolongaron durante todo el año 1707, hasta el punto de que en septiembre de 1707 los dos médicos que había en El Burgo, el del Ayuntamiento y el del Cabildo, estaban enfermos y nadie podía atender y asistir a los pacientes.
En 1719, de nuevo la situación era preocupante. Hasta el punto de que la procesión de rogativa que se hizo por el claustro de la Catedral con la reliquia de la cabeza de San Pedro de Osma "por la salud del pueblo" se hizo de forma secreta para que no cundiera el "desconsuelo y corriera la voz por otras partes".
En 1736, el Ayuntamiento obligó a Mateo Condado, "cortador de esta villa, que despida a un oficial o criado que tiene para la carnicería y a este salga de esta villa con su familia al instante a causa de tener un hijo lleno de tiña y otros achaques que son contagiosos y uno y otro lo cumplan pena de cuatro ducados y prisión".
En 1747 se celebró una "misa de rogativa al señor San Roque por la salud de los vecinos". En septiembre de 1749, el capellán de la villa celebró "una misa de rogativa a Nuestra Señora del Espino por la salud de los vecinos de esta villa mediante haber al presente muchos enfermos".
En 1750, el obispo Pedro Clemente de Arostegui comunicó al Ayuntamiento que, según sus noticias, "en el lugar de Madruédano se experimentaba una epidemia contagiosa de peste que se moría mucha gente", por lo que consideraba necesario tomar las medidas de prevención oportunas. El Ayuntamiento, antes de decidir, pidió información al cura de Madruédano que, por carta recibida el 8 de diciembre, aseguró que la epidemia era "tabardillo riguroso y que, a los que tenían asistencia y buen gobierno, los más habían salido bien y que otros pobres, por esta falta y la de poca caridad de los vecinos en asistir a los enfermos, habían muerto". En la carta, el cura se lamenta de que "el motivo de morir algunos es la hediondez y mal régimen, desnudez y falta de caridad, siendo cierto que aquí, en llegando el punto de enfermedad, no hay padres para hijos, no pudiendo ni aún el ejemplo moverlos a la debida asistencia. Concluía el cura que "llamar peste a esta enfermedad es impostura nacida del vulgacho aprensivo y poco caritativo que con esta máscara quieren huir (como lo hacen) de un ejercicio tan del agrado de Dios como visitar y consolar enfermos".
Los años 1762 y 1763 fueron especialmente problemáticos para la salud de la población. De nuevo se recurrió a San Roque para intentar paliar los efectos de la enfermedad. En noviembre de 1762 había tal cantidad de enfermos "que se podía decir era plaga", por lo que el Ayuntamiento acordó celebrar "una rogativa para que Su Majestad se sirviese mejorar los que estaban enfermos y que se cortase la enfermedad". Tal rogativa consistió en una misa "al glorioso San Roque" a la que concurrieron todos los vecinos so pena de cuatro ducados. La pandemia seguía haciendo estragos en los días previos a Nochebuena, por lo que "en atención a los muchos enfermos que había y los que fallecían por esta razón, que podía asegurarse era peste", el Ayuntamiento consideraba necesario "que se sacase en procesión y rogativa al glorioso San Roque y se le dijese una misa para que por su intercesión se logre el restablecimiento de los actuales enfermos y que no prosiga semejante enfermedad". Era tal la incidencia de la peste que raro era el día en el que no morían "cuatro o seis enfermos". La rogativa solicitada fue una procesión a la ermita de la Vera Cruz celebrada el jueves 23 de diciembre. Esta rogativa resultó eficaz. Seis meses después, la cofradía de San Roque empezó a organizar la fiesta de colocación de una nueva imagen de San Roque en su retablo, función a la que, para "mayor aplauso y fausto", asistiría la Corporación municipal y en la que incluía una procesión del santo "por las calles en atención a haberse corregido la enfermedad que en esta villa se ha padecido". Para mayor realce y agradecimiento, se dispuso "festejar la tarde del mismo día con una corrida de novillos y otra alguna demostración". Aunque el día fijado era el 19 de junio, finalmente la colocación de San Roque en su nuevo retablo y la procesión de acción de gracias tuvo lugar el 30 de junio y, como estaba previsto, salió "procesionalmente en acción de gracias por haber logrado el cortarse la enfermedad que se ha padecido en esta villa por la calle de las Tabernas (actual del Seminario), volviendo por el Rastro y calle Mayor a la Catedral".
De nuevo en los años 80 del siglo XVIII El Burgo se vio afectado por la enfermedad. Y de nuevo los burgenses recurrieron a la intercesión de su patrón. Por la mala salubridad que se padeció en 1782, se creyó necesario sacar "en procesión y rogativa al glorioso San Roque para que por su medio se alcanzase de Su Divina Majestad los auxilios espirituales y temporales y con especialidad el que se cortasen los males epidémicos y constipaciones que se advertía haber". La procesión para pedir que cesaran "las muchas enfermedades que se experimentan en el pueblo" tuvo lugar el lunes 22 de octubre, en la misma conformidad que la que se hizo el 23 de diciembre de 1762.
En 1785, se padecían "muchas enfermedades en el pueblo" por lo que el 7 de septiembre se celebró "una misa de rogativa al glorioso San Roque para que por su mediación alcanzase de Su Majestad el que se cortasen dichas enfermedades". Como, a pesar de todo, "continuaban en el pueblo con el mayor esfuerzo las enfermedades, en términos de que hacía largo tiempo no se había experimentado mayor número de enfermos", se solicitó al Cabildo la organización de una "procesión y rogativa con el glorioso San Roque" que se celebró el domingo 18 de septiembre y que consistió en una "misa solemne de rogativa a San Roque, poniendo su imagen en la capilla mayor, y haciendo antes con ella procesión por el claustro e iglesia".
A finales del verano de 1786, nuevamente la enfermedad generalizada asolaba El Burgo, pues era "mucha la peste de tercianas que se experimenta en esta villa, y no de la mejor calidad", por lo que el 4 de septiembre se celebró "una misa de rogativa a San Roque", incluyendo luminarias en la noche anterior.
El 10 de julio de 1787, de nuevo para pedir la remisión de la peste, se celebró misa en la capilla de San Roque con música, procesión por las calles con la concurrencia de las cofradías con las ceras y corrida de novillos por la tarde. Es relevante señalar que los festejos no estrictamente religiosos (luminarias, corridas de toros, etc.) tenían también el objetivo de honrar a algún santo para intentar reforzar su poder de intercesor y lograr más eficacia en el ruego o, en su caso, mostrar agradecimiento por los favores recibidos.
La epidemia de 1802 tuvo un origen estrictamente local. El foco se originó en la calle de los Izquierdos (actual Francisco Tello), donde vivía "mucha gente pobre". En dicha calle había poca salubridad y, según el parecer "de los físicos, muchas de las epidemias que se padecen en el pueblo proceden de la falta de ventilación de dicha calle y de los malos olores que exhala la plazuela del Rastro". Para paliar este problema, el Ayuntamiento decidió abrir una nueva calle (la travesía de Francisco Tello) entre la de los Izquierdos y el Rastro, con la intención de evitar "muchos contagios y quitar el rastro del medio de la población y trasladarle al corral del Concejo".
En septiembre de 1819, el obispo Juan Cavia González, siguiendo las disposiciones del rey Fernando VII, ordenó celebrar rogativas "con el objeto de conseguir se ataje la peste y cese el contagio", de tal forma que el domingo 3 de octubre se hizo una procesión con la cabeza de San Pedro de Osma.
En abril de 1832, la Real Cámara remitió al Cabildo un oficio conteniendo una Real Orden "para que se hiciesen rogativas suplicando al Todopoderoso nos preserve del azote de la enfermedad conocida con el nombre de cólera morbo la cual había ya aparecido en París". En respuesta, el Cabildo acordó incluir en las misas las preces correspondientes y otras rogativas, "bien sacando la cabeza de San Pedro o bien la reliquia de San Roque o cualquiera otra que el Cabildo tuviese a bien determinar". Pocos días después, el Ayuntamiento resolvió "crear una Junta de Sanidad la cual se encargue de dictar las providencias que crean conducentes a la preservación de la cruel enfermedad conocida con el nombre de cólera morbo que a todos amenaza".
En agosto de 1834 se celebraron plegarias "para rogar al Todopoderoso apague su ira en las tristes circunstancias en que la terrible epidemia, conocida con el nombre del cólera morbo se ha presentado en la capital del Reino y en otros muchos pueblos", "terrible azote que hace espantosos estragos". Las rogativas consistieron en lo siguiente: "los días diez, once, trece y diez y nueve salga procesionalmente al Carmen con las reliquias de San Pedro, Santo Domingo, San Roque y la de la beata Juana, con misa el diez y nueve después de completas, procesión con el Santísimo, estando antes expuesto, y sermón, y en todos los nueve días misas con preces después de la conventual".
Los estragos de la epidemia de 1839 coincidieron con una guerra, la Primera Guerra Carlista. La gravedad se acentuaba entonces porque en El Burgo de Osma solo había un médico activo, el médico del Cabildo. La situación se tornó insostenible cuando este médico, Clemente Barbajero, fue arrestado por razones políticas en El Fuerte, es decir, en el edificio de la antigua Universidad de Santa Catalina que servía de guarnición de tropas y cárcel. También por represalias políticas estaban presos un canónigo, un racionero y un capellán, Santos Naveda, el único que tenía permiso del jefe político para traer los santos óleos. Por esta razón, el Cabildo solicitó al comandante de armas "la soltura de los dos, haciéndole presente lo necesario que es el médico para la humanidad doliente por no haber médico de villa y la indispensable necesidad de que el Sr. Santos vaya a por los santos óleos por ser el único que tiene licencia del Sr. jefe político". La petición de libertad fue denegada por el comandante de armas local, Francisco Mora, a instancias del comandante general de la provincia alegando que el guerrillero carlista Juan Manuel Balmaseda, apodado El Tigre de Balmaseda, continuaba incontrolado luchando contra los isabelinos.
En 1854, el Ayuntamiento constitucional estaba consternado por las enfermedades que afligían a la población, por lo que deseaba "acudir a su Divina Majestad para que se sirva alcanzarle la salud y que al efecto se implore su Divina Piedad". "Afligido el vecindario de esta villa por las graves enfermedades, penetrado de la necesidad de dirigir al Señor muestras humildes y fervientes súplicas para que se apiade de nosotros", el gobernador eclesiástico dispuso que en las misas que se celebrasen en la Catedral se dijera "la oración pro vitanda mortalitate de tempore pestilentia".
En el Boletín Eclesiástico del Obispado de Osma se podía leer: "la fiebre y la epidemia que se han desarrollado de algún tiempo a esta parte en la población son, a la vez que efecto de las leyes de orden físico, un castigo de la Justicia Divina que hemos provocado con nuestras iniquidades". Por ello, se hacía un "llamamiento a la misericordia del Señor, para que hagamos penitencia de ellas y las lloremos con lágrimas de la más profunda amargura. Convencido el Ilmo. Cabildo Catedral de esta verdad que la fe nos enseña, y de la necesidad de recurrir al eficaz y poderoso medio de las oraciones, especialmente en los días de prueba y tribulación, respondiendo a los piadosos deseos del Ilustre Ayuntamiento, ha ordenado, de acuerdo con el Sr. Gobernador Eclesiástico, se hagan rogativas públicas por tres días consecutivos para implorar del Todopoderoso, el perdón de nuestros pecados y el remedio de los males con que nos aflige su pesada mano".
Las rogativas tuvieron lugar los días 13, 14 y 15 de septiembre con procesiones a la iglesia del Carmen, "llevando el primer día la cabeza de nuestro patrono San Pedro de Osma, el segundo las reliquias de Santo Domingo de Guzmán y la beata Juana, y el tercero la de San Roque". Después de la misa oficiada en el Carmen -"todos los días cantada pro vitanda mortalitate vel tempore pestilentiae-, volvía la procesión a la Catedral", en donde se terminaba de cantar la letanía de los santos, concluyendo la rogativa con las correspondientes preces. Durante los tres días, las reliquias quedaron expuestas "a la veneración de los fieles en la capilla mayor de la Catedral. ¡Quiera el Padre de las misericordias y Dios de toda bondad escuchar nuestros humildes y fervientes votos, y concedernos los preciosos dones de la salud y de su divina gracia!".
Ya al año siguiente, en 1855, las primeras "noticias oficiales" que llegaron a El Burgo de la amenaza de la epidemia provenían de Gumiel de Izán. Estas noticias las comunicó al Cabildo, el día 8 de junio de 1855, el gobernador eclesiástico, quien "veía llegada la oportunidad de que se dispongan rogativas públicas para alcanzar del Señor que en su misericordia se digne alejar de nosotros tan asoladora plaga, secundando los religiosos deseos de la Junta de Sanidad establecida en esta villa". La plaga llegó a nuestra localidad de forma tan virulenta que, dos meses después, el 8 de agosto, el alcalde, presidente de la Junta de Sanidad, pidió al Cabildo que no se tocara a clamor anunciando un fallecimiento ni se hiciera visible la administración del viático a los moribundos "con el fin de mitigar en lo posible el sentimiento moral de los habitantes de esta población mediante que los facultativos creen ser suficiente causa, si no determinante para lo menos predisponerte, a desarrollar la epidemia que nos amenaza". Como vemos, el ocultamiento de la verdad poniendo como excusa que es lo mejor para la población no es algo nuevo. Para intentar que la epidemia no se propagara, la Junta de Sanidad dispuso que "los sepulcros han de tener de profundidad una y media varas, por lo menos, debiendo ser cubiertos los cadáveres, que los médicos señalen como capaces de perjudicar a la salud pública por una capa de cal".
Interpretada por el Ayuntamiento como un señal por la que "su Divina Majestad se sirve avisarnos para nuestro provecho espiritual", hizo que la Corporación municipal se mostrara convencida de que era preciso redoblar las preces al Altísimo para que se dignase librar a El Burgo "de un azote tan cruel", por lo que comunicó al gobernador eclesiástico su intención de "hacer un novenario a nuestra excelsa patrona María Santísima la Virgen del Espino". Efectivamente, las principales rogativas durante esta pandemia de cólera consistieron en un novenario a la Virgen del Espino que comenzó el día de su fiesta, 15 de agosto, y concluyó "con una procesión solemne de la sagrada imagen por todas las calles de la población". La epidemia de cólera motivó la suspensión de los festejos de San Roque de este año 1855.
Tras cinco meses en los que la epidemia se cebó en la localidad, el 21 de noviembre, la Junta de Sanidad convino que el estado sanitario era "altamente satisfactorio" y que, pasado el tiempo de la petición era el de la acción de gracias. Por ello, el domingo 25 se cantó "en esta Santa Iglesia Catedral un solemne Te Deum en acción de gracias al Todopoderoso por tan señalado favor, habiendo iluminación y repique de campanas de 8 a 10". También se sacó "en procesión, por la tarde, a la Virgen del Espino para tributar las debidas gracias por su protección por haber cesado enteramente en esta población la terrible enfermedad del cólera", acompañada, como de costumbre, por la imagen de Barcebal. Finalmente, el lunes 26, para "aliviar de sus penas a las almas de los que hayan muerto en el Obispado durante el cólera" se celebró "un oficio compuesto en nocturno y misa en sufragio de dichas almas".
Pasados menos de 30 años, de nuevo el cólera amenazó la salubridad pública. En el verano de 1884, la situación sanitaria de El Burgo de Osma dejaba mucho que desear. El rotativo local La Propaganda, en su edición del 18 de julio de ese año, pintaba este desolador panorama: "Hace pocos días llevaron a cabo la Junta de Sanidad de esta villa asociada al Ayuntamiento las visitas domiciliarias que se tenían acordadas. En algunas casas encontraron sapos y culebras y lo peor es que, a pesar de la visita, todavía sigue habiendo culebras y sapos. Este es un pueblo divino. Detrás del matadero están el padre, la madre y los abuelos del cólera. A ciertas horas de la noche, no se puede transitar por el paseo de Santa Catalina, a causa de los malos olores que se perciben, en virtud de la descomposición de los animales que hay muertos, muy cerca de dicho paseo. Los muladares se encuentran a la puerta de casa. Hay día que una de las calles más céntricas parece una cloaca. Los boteros trabajan en medio de la población sin que nadie les diga nada. Se lava, y se hace la colada en las calles de más tránsito. Los desperdicios que resultan del mercado se encuentran en cada paso. En fin, la mar. Esto sin contar otras cosillas, mucho más sucias. ¡Bonito porvenir nos espera!".
Al año siguiente, 1885, una mortífera pandemia de cólera se extendió por muchos lugares de España. El riesgo de contagio llevó a la Junta Local de Sanidad a tomar una determinación insólita: el 9 de julio de 1885 nombró a "dos dependientes para que vigilasen la entrada de la población por la carretera de Soria, instalándose en una barraca construida al efecto". La función de estos dos operarios, Mariano Rodrigo y Atanasio Izquierdo, -que cobraban dos pesetas diarias- fue que, de día y de noche, vigilaran "la entrada de la población por la carretera de Soria, a fin de que puedan ser reconocidas y fumigadas todas las personas que procedan de puntos infestados o sospechosos".
Por la epidemia de cólera que padecía la nación y la amenaza para la salud pública, el Ayuntamiento, "en vista de las circunstancias críticas" acordó suspender todos los festejos de San Roque de este año 1885, como ya ocurriera 30 años antes, en 1855. La resolución municipal no fue unánime, pues el regidor Francisco Ibáñez, opinaba "que debían tener lugar los fuegos artificiales y baile de costumbre".
El 13 de agosto de 1885, el Ayuntamiento, puesto que la población habría de verlo con gusto, acordó solicitar al Cabildo se hiciera "una rogativa o novenario a la imagen de Nuestra Señora del Espino" con el fin de rogar al Todopoderoso que, por su intercesión, librase a la villa del cólera morbo que la amenazaba, asumiendo el Consistorio los gastos de la función ya que tenía partidas consignadas que no se gastaron porque se habían suspendido las fiestas de San Roque por la amenaza de epidemia. La novena a la Virgen del Espino se hizo en el Carmen, debido a ciertas dificultadas que había para celebrar dicho novenario en la Catedral, trasladando a la iglesia del convento su imagen el 21 de agosto por la tarde, con objeto de que empezara la novena el sábado siguiente y terminase el domingo 30 con "la procesión general por la población". Desde esta procesión de rogativa celebrada el domingo 30 de agosto de 1885, la Virgen del Espino no ha vuelto a salir de la Catedral para pedir por la salud de la población.
El peligro de contagio, llevó al obispo Pedro María Lagüera a "diferir por tiempo indefinido la apertura del Seminario Conciliar" y suspender las conferencias morales y litúrgicas, "en atención a lo que exige la higiene para evitar -en lo que esté al alcance humano- la propagación de la epidemia que aflige a unos pocos pueblos de nuestra Diócesis".
Las rogativas arrojaron los resultados implorados y la villa se libró del cólera. Por esta razón, entre los días 23 y 26 octubre de este año 1885 se celebraron funciones religiosas en acción de gracias, una novillada en la plaza Mayor, se tiraron doce docenas de cohetes y hubo baile público con el dulzainero de Santervás. En concreto, el obispo Lagüera dispuso, a instancias del Ayuntamiento, que se cantara un solemne Te Deum, función que tuvo lugar el domingo 25 de octubre después de las horas de la mañana en la Catedral.
Entre los días 29 de junio y 7 de julio de 1892, se celebró una novena de rogativa a San Roque para pedir por la remisión de la grave epidemia de viruela que estaba asolando de manera muy especial a El Burgo. La novena comenzó y concluyó con sendas procesiones por las calles de la villa con la imagen de San Roque pidiendo salud para la población, en plena epidemia de viruela. Fue especialmente concurrida la procesión de clausura del novenario, el jueves 7 de julio, día que se había declarado festivo para facilitar la asistencia a los actos de clausura. La gravísima epidemia debió de remitir a los pocos días, pues el gobernador civil del la provincia, Ramón de Mazón, el día 16 de julio, dio orden "a los alcaldes de la provincia que de ningún modo consientan que se maltrate y expulse de sus pueblos a vecinos de El Burgo so pretexto de padecimiento de epidemia de viruela que ya ha cesado".
La actual pandemia del Covid-19 o coronavirus que estamos padeciendo en 2020 no es de las más mortíferas en la historia de El Burgo de Osma, pero sí ha sido la única que ha tenido a la población recluida en sus casas por orden de la autoridad. Como todos los españoles, en cumplimiento del estado de alarma decretado por el gobierno de la nación, los burgenses siguen recluidos en sus casas desde el 14 de marzo y tan solo pueden salir del domicilio a adquirir lo más elemental para la subsistencia o, en su caso, a trabajar en servicios básicos. También en esta pandemia, se han elevado plegarias, pero no comunitarias por la prohibición expresa de las autoridades. Al no poder asistir los fieles a las celebraciones litúrgicas, las principales novedades han sido la retransmisión por vía telemática de algunos actos litúrgicos desde la capilla de Palafox de la Catedral, entre ellos los propios de la Semana Santa, el volteo de campanas los sábados a las 12:00, hora del Angelus (del Regina cœli en tiempo de Pascua) y el 25 de marzo -fiesta de la Anunciación- la bendición con el Santísimo desde lo alto de la torre.
Como imploraba el Boletín Eclesiástico del Obispado de Osma con motivo de la epidemia de 1854, ¡Quiera el Padre de las misericordias y Dios de toda bondad escuchar nuestros humildes y fervientes votos, y concedernos los preciosos dones de la salud y de su divina gracia!".